Futuro


Para intentar proyectar la posible evolución del cine musical resulta necesario repasar brevemente la historia del género, pero entendiéndolo exclusivamente como una industria. Durante los años del cine mudo la industria cinematográfica había coexistido diferenciada de las tres grandes industrias de entretenimiento ligadas a la música y la danza: la discográfica, la del teatro musical –representada por Broadway–, y la del vaudeville. Cuando los estudios de Hollywood irrumpen en 1927 con el cine sonoro, su músculo financiero, su amplio poder de convocatoria social y su capacidad para crear estrellas provocará que, durante más de dos decadas, el resto de las industrias queden casi reducidas a simples canteras de artistas y proveedores de contenidos. Esta situación empezará a cambiar desde comienzos de la década de 1950. La regulación impuesta judicialmente a la industria cinematográfica, con la que perdían el control de las salas y exhibición de sus películas (block booking); la consolidación de la industria de la televisión, capaz de crear sus propios programas y estrellas musicales; los nuevos nichos de mercado ligados a la música juvenil, gestionados exclusivamente por la industria discográfica; la aparición de autores de éxito en la industria del teatro musical, que imponen al cine sus propias reglas; y la desaparición de la industria del vaudeville, dará lugar a que, las industrias de discográficas y teatro musical, no sólo dejarán de plegarse a los criterios de los estudios de Hollywood sino que además comenzarán a instrumentalizar la industria cinematográfica buscando sus propios intereses, convirtiéndola en un simple vehículo para promocionar o capitalizar cantantes y producciones teatrales.

Por la tendencia del género en las últimas décadas, seguramente la industria de Hollywood seguirá ofreciendo a medio plazo ocasionales fogonazos de genio mediante los musicales de autor, pero resulta difícil pensar en una renovación del cine musical desde dentro de la propia industria. Previsiblemente, mantendrá su dependencia de los productos elaborados por la industria del teatro musical –un espectáculo con creciente éxito social, como todos los que se realizan en directo, y plato habitual en los menús turísticos de las grandes ciudades–, así como de las estrategias y revisiones que la industria discográfica realice de sus catálogos, aunque esta última esté siendo desplazada por las grandes corporaciones que gestionan contenidos en la red.

Es posible que, tal como sucedió en el pasado, el cine musical se beneficie de alguna innovación tecnológica, o de la fusión con alguna nueva y pujante industria, como la del videojuego, con interacciones de los espectadores en la trama a base de bailes y karaokes. Pero lo que sí parece claro es que, actualmente, la única industria con los medios y la fortaleza para recrear y prolongar el cine musical de Hollywood es la industria coreana del espectáculo.

Al igual que sucedió con la industria de Hollywood durante varias décadas del siglo XX, el conglomerado coreano de medios audiovisuales y de comunicación es una cuestión de estado; responde a una iniciativa gubernamental para alcanzar el mercado global, algo muy diferente a la otra gran industria audiovisual asiática, Bollywood, con productos orientados a su consumo interno. La industria coreana contempla, al igual que hizo en su día Hollywood, la búsqueda y formación de artistas desde su adolescencia, y dispone igualmente de los medios necesarios para industrializar su producción y exportarla, principalmente, y en la actualidad, a los mercados de Asia y Sudamérica, en lo que se ha conocido como ola coreana o hallyu. Una importante diferencia respecto a Hollywood es que el conglomerado industrial coreano abarca no sólo la industria cinematográfica, sino también la discográfica. Y que no compite directamente contra la televisión, pues ha nacido y crecido de la mano de la industria digital e internet.

La parte más visible de la ola coreana es el K-pop, el pop coreano, una marmita donde se han puesto a cocer todas las músicas populares del siglo XX –rock, hip-hop, dance, reggae, techno, rave, jazz, R&B, folk, country o clásica–, se han sazonado con breves rutinas de gran impacto visual y combinado con moda y estilismo contemporáneo. Ateniéndonos a las simples cifras, el K-pop lanzó en 2012 –junto a YouTube, el medio sucesor de la MTV– el primer vídeo musical global del siglo XXI: Gangnam Style, interpretado por el rapero surcoreano PSY. Ensamblando canción y baile, este número musical se convirtió en el primer vídeo en alcanzar los mil millones de visitas. En 2017 ya ha superado los tres mil millones de visitas. Sin duda, un objetivo de esta industria sería rodar una película musical que superase los records de audiencia establecidos por Hollywood. Quedaría por resolver una gran y obvia diferencia entre la industria de Hollywood y la industria coreana: Hollywood, USA, tenía un relato, un sueño, una sustancia que contar, aunque, por ahora, al espectador del siglo XXI no parece que esto le resulte un aspecto relevante.