Década de 1920
— Escuchen, esta noche tengo una sorpresa para todos ustedes. Siéntense, esto les divertirá. Hay un chiflado que ronda mi despacho
desde hace meses
[haciéndome demostraciones de una “película hablada” (a talking picture)]
— ¿Qué es esto? (…) ¡Hay alguien detrás de la pantalla! (…) ¡Qué vulgaridad!
— ¿Se utilizará alguna vez?
— Warner está rodando con eso The Jazz Singer.
— Perderán hasta la camisa. (…) No puede imponerse.
Singin’ in the Rain (Kelly-Donen, 1952)
Aunque el cine musical parezca lejano, lo cierto es que, desde comenzó su andadura, no ha dejado de acompañarnos. Nació en Estados Unidos a la vez que el cine sonoro –las crónicas recogen que fue el 6 de Octubre de 1927, con el estreno en New York de la película The Jazz Singer– y creció con la confluencia de diversos géneros. Empujado por el impulso vital del jazz, correría sus primeros años encauzado por la Gran Depresión, tras el crack bursátil de 1929 y, más tarde, por la Segunda Guerra Mundial.
Si observáramos el cine musical conceptualmente, como estilo artístico, podríamos concluir que las películas musicales entre 1927-1940 han devenido en catedrales del siglo XX: inequívocas, catequizadoras, con depuradas palancas concebidas por los mejores artistas para propiciar la inmersión de los sentidos y catalizar una aventura similar: representar, vislumbrar, la puerta hacia un reino ideal. Al igual que las iglesias románicas el cine musical se inició como un arte simbólico, fantástico, reparador, catequizador. Una fortaleza donde protegerse de males reales o imaginarios. Siguiendo esta comparación podría decirse que la película musical clásica es la puerta a la Jerusalén Celestial de la american way of life. Y, del mismo modo que, aunque no sepamos interpretar su simbología, los templos románicos no han perdido su fuerza, su disposición para protegernos, para propiciar la introspección y el recogimiento, las películas musicales tampoco han perdido su fuerza para transmitir una visión confiada de la vida y la aspiración de prolongar en lo posible los años de inocencia.
Desde sus inicios el cine musical fue el diván en el que la sociedad norteamericana, y Occidente por extensión, se tumbó para psicoanalizarse. Creció como reflejo de sus fantasmas y esperanzas y comenzó a declinar cuando perdió su complicidad. Género puramente norteamericano, y quizá su expresión más completa y genuina, los artistas reunidos en torno a Tin Pan Alley, Broadway y Hollywood –músicos, letristas, cantantes, bailarines, coreógrafos, directores, guionistas, modistas, escenógrafos…– supieron extraer lo mejor del pueblo estadounidense y, destilándolo a través de símbolos y metáforas musicales, fabricar su propia medicina: confianza sin límite para proyectos sin límite, alegre orgullo por sus gustos y su modo de vida sencillo, compromiso individual con los objetivos y los valores del grupo. A los adolescentes los arengó para que defendieran con ardor sus proyectos, a los adultos les susurró palabras de amor y progreso. Y a todos les animó a trabajar con ahínco y a perseguir su sueño, su arcoíris. O, al menos, intentó proporcionarles una agradable evasión durante un par de horas alimentando la esperanza de un mañana fácil y benévolo.
En estos primeros años el género buscó y supo ser el antídoto para contrarrestar la frustración y el dolor de la población durante los años de crisis económica y social posterior a la Gran Depresión, y lo consiguió gracias al talento de artistas procedentes de múltiples culturas[1] que fueron capaces de entender y sintetizar el optimismo y el orgullo que sostenía la idea de los Estados Unidos como nación. El musical creció empujado por el entusiasmo y la confianza de los estadounidenses en sus posibilidades: la alegría de vivir. Por esta razón, los primeros musicales llevan normalmente delante el calificativo de comedia y detrás el de romántica, por ser en la alegría y en la comunión del enamoramiento donde, de forma más corriente, el público se reconoce y se hace cómplice de esa sensación. Comedia musical romántica, aunque la evolución del género lo empujará a lo largo de los años a buscar nuevas formas dramáticas.
[1] De las múltiples culturas llevadas a Estados Unidos por la emigración –celta, centroeuropea, latina, africana…– habría que destacar la aportación de la tradición judía al género, dato que, al menos en España, no es muy conocido. Hablar de aportación puede resultar incluso un eufemismo y sería más correcto decir que, el cine musical, fue concebido y desarrollado desde la cultura judía y su probada capacidad para imaginar y proponer tierras prometidas. Lo que entendemos como cine musical fue creado por artistas de ascendencia judía, fueran o no practicantes, incluyendo músicos y letristas –George e Ira Gershwin, Irving Berlin, Jerome Kern, Oscar Hammerstein, Richard Rodgers, Lorenz Hart, Leonard Bernstein, Alan Jay Lerner, Frederick Loewe, Arthur Schwartz, Howard Dietz, Ray Evans, Jay Livingston, Jerry Herman, Robert y Richard Sherman, John Kander, Fred Ebb, Stephen Sondheim o los mismísimos Yip Harburg y Harold Arlen, compositores de Over the Rainbow, la canción más famosa del género musical y de la historia del cine, según el American Film Institute–; productores –por no extenderse, Pandro Berman, de RKO, artífice de Ginger & Fred, la pareja más popular del género y quizá de la historia del cine; Arthur Freed, de MGM, el productor más importante en la historia del cine musical; o Samuel Goldwyn, cofundador de estudios y leyenda de la producción independiente–; directores –Ernst Lubitsch, Mark Sandrich, Robert Z. Leonard, Mervyn LeRoy, Norman Taurog, Henry Koster, Stanley Donen…–; cantantes –baste quizá mencionar al primer cantante del cine sonoro y musical, Al Jolson, hijo de un rabino; y a la cantante que podemos considerar cerró la época del musical clásico, Barbra Streisand–; bailarines –¿sabía usted que el verdadero apellido de Fred Astaire era Austerlitz, de familia judía?–; guionistas –Betty Condem, Albert Green, Isobel Lennart, Ernest Lehman…–; empresarios –Louis B. Mayer, Jack Warner, William Fox, Billy Rose…–; o coreógrafos. Lo mismo podría decirse de la vertiente más cómica de los musicales, dominada sucesivamente en el vaudeville y en el cine por los Marx Brothers; Eddie Cantor, nacido como Edward Israel Iskowitz; Danny Kaye, nacido David Kaminsky; y Jerry Lewis, nacido Joseph Levitch.
Estreno | Título |
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06-10-1927 | The Jazz Singer |
19-09-1928 | The Singing Fool |
01-02-1929 | The Broadway Melody |
06-08-1929 | Say It with Songs |
20-08-1929 | Hallelujah |
07-10-1929 | Applause |
19-11-1929 | The Love Parade |