La película está planteada como vehículo para lucir y promocionar a Elizabeth Taylor, por entonces con 16 desbordantes años. Falla el conjunto, por momentos estrepitosamente, y todo apunta al ínclito Richard Thorpe como uno de los grandes responsables.

Taylor actúa arropada por Wallace Beery, sólido y veterano actor, óscar al Mejor Actor por The Champ (Vidor, 1931); Robert Stack –entonces con prometedora carrera en el cine, aunque hoy se le recuerde por su papel de Eliot Ness en la serie de TV The Untouchables (Los Intocables)– en el papel de guaperas; y la joven promesa Jane Powell, con un doble rol: sostener la parte musical y hacer brillar más aún, por comparación, la poderosa presencia y fuerza dramática de Elizabeth Taylor. Para reforzar la parte musical y darle un sabor pícaro y pachanguero, el reparto incluyó dos nombres con gancho popular: la estrambótica Carmen Miranda, que baila y canta un tema; y al archiconocido Xavier Cugat, que pasaba por allí.

Si se repasa la nómina del equipo técnico se ratifica la clara apuesta de la MGM para promocionar a Taylor. Como guionista, Dorothy Kingsley; Helen Rose diseñándole el vestuario; el premiado Surtees como responsable de la fotografía y el mismísimo Stanley Donen como coreógrafo, poniendo su nombre más que otra cosa, pues la danza es marginal.

Con estos mimbres, Thorpe, en vez de un cesto, hace una hoguera, y poco queda para salvar. En la parte cinematográfica ningún actor parece cómodo. Se pueden buscar explicaciones, pero nada justifica el puré al que quedan reducidas la mayoría de las secuencias, que dejan siempre la sensación de que, del guion, equipo técnico y actores, se podía haber sacado mucho más.

En cuanto a la trama, es una mezcla de backyard musical y americana orientada a un público adolescente. Los mensajes son modosos, por no decir estreñidos, y los tópicos se derraman entre los usos del cortejo entre adolescentes y los bailes de instituto. Por momentos parece que los productores estimaron que la mayoría del público adolescente iría al cine acompañado por sus padres, de manera que el guion está pensado para buscar la complicidad de los progenitores ironizando sobre el barullo que el moderno teléfono había introducido en los hogares y sobre la música latina, con el desafío que suponía para los padres bailar ritmos como la rumba.

Taylor interpreta el papel de amiga artera y manipuladora aunque, en el fondo, ella es buena, muy buena, y todo se debe al poco cariño que ha recibido de su padre, viudo y multimillonario. Jane Powell no da sorpresas e interpreta el papel de bote de leche condensada personificado en hija.

En cuanto a la parte musical, aunque hay algún tema interesante, la desgraciada interpretación de Jane Powell ayudando a Thorpe en su labor de bombero pirómano, deja poco que rescatar. La mayoría de los números son interpretados sobre escenarios o en estudios de radio, dándole al musical un toque anticuado, fuera de su tiempo. Es posible que este planteamiento se debiera a la limitada disposición de Taylor para el canto y el baile pues, obviamente, hubiera dificultado la integración de la actriz en escenas clave. Paradójicamente, cabe reseñar la buena interpretación –dramática, pues la voz está doblada por Jean McLaren– de Taylor cantando junto a la orquesta del instituto It's A Most Unusual Day. En la escena muestra a Jane Powell cómo cantar un tema para resultar más atractiva y sensual a los chicos.

Otro número, interesante en su concepción e irrelevante en su interpretación, es I'm Strictly On The Corny Side, compuesto por Stella Unger y Alec Templeton y coreografiado por Donen. Más allá de la rancia propuesta ideológica y de que no deja de ser el ensayo de un número para interpretar posteriormente sobre un escenario ante el público, aquí reducido a Taylor y Stack, está muy bien construido, resulta ligero y hubiera merecido mejor fortuna integrado en otra trama.