En 1943 el multimillonario, productor y director Howard Hughes había provocado un escándalo en la sociedad más puritana con el estreno de The Outlaw, donde aparecía una Jane Russell tan aparatosamente escotada –se fabricó un sujetador especial para la actriz con el fin de realzarle aún más (?) el busto– que la película estaría durante dos años retenida por la censura.

Diez años más tarde, Hughes, ya como dueño de la RKO, produce este musical de nuevo con Jane Russell y sin mayor ambición aparente que provocar un nuevo escándalo y capitalizar la popularidad de Russell tras su éxito en Gentlemen Prefer Blondes (Hawks, 1953). En esta ocasión, para resaltar aún más (?), si cabe, el pecho de Russel, la película se proyectaba en 3D. Hoy día carece de cualquier mérito artístico y, lo que pudo ser escándalo, hoy es chabacanería.

El primer número, Well! I’ll Be Switched, cantado por Russell y Theresa Harris, es una simple disculpa para mostrar a Russell en una bañera de espuma, siempre a punto de validar el Principio de Arquímedes y revelar las razones de su éxito como actriz.

La película avanza a trompicones, con números incrustados, deleznables coreografías y chirriantes interpretaciones. Como parte del tópico de la época, la película va desde París, Texas a París, Francia, con interminables secuencias en el Liberté, trasatlántico que cubre la línea francesa que da título a la película. En el escenario del barco se representa un espectáculo con los temas Poor Andre y Any Gal from Texas, un feo número, de aires sórdidos, más propio de un tugurio.

El plato fuerte se reserva para el númer0 final, Looking for Trouble, con Russell vistiendo un corpiño recortado y bramando su ardor (Voy a hacer palomitas / con todo el maíz de Nebraska) por un hombre.