La película da pie a alguna consideración financiera y ninguna artística. Desde finales de la década de 1950 los grandes estudios rodaban musicales moviéndose entre dos extremos financieros: o con presupuestos ridículos o como superproducciones. Can-Can será de estos últimos. Los dos últimos grandes musicales de la MGM habían sido Les Girls (Cukor, 1957), con un presupuesto de 3,4 millones de dólares, y Gigi (Minnelli, 1958), de 3,3. Can-Can subió a 5 por lo que, aunque fue la segunda película más taquillera del año, no cubrió gastos.

Viendo los mimbres se aprecia nítidamente que no se escatimaron medios: Sinatra, MacLain y Chevalier como protagonistas; Cole Porter como compositor, Hermes Pan responsable de coreografía, rodaje en Todd-Ao y Technicolor, incontables escenarios con ricos decorados y un inagotable vestuario de enorme calidad. Pero se olvidaron, o no lograron comprar, la magia y la emoción.

Para los números, Porter compuso temas originales como I Love Paris, It's All Right With Me y C'est Magnifique; y reaprovechó otras famosísimas composiciones suyas, Let's Do It, Just One of Those Things y You Do Something to Me. Ninguna de las interpretaciones resulta memorable y únicamente el Let's Do It interpretado por Sinatra y MacLain ofrece cierto encanto.

Aunque basada en una obra de Broadway, de éxito ya probado, la película resulta larga, rígida y fría. Los números más importantes de la película son bailes corales y resultan fallidos. El más repetido, y que da nombre a la película, es el baile del can-can, ejecutado en diversas ocasiones sobre un escenario.

Sin pretender que, para incluir un baile de época, como el can-can, sea necesario realizar una reconstrucción realista, purista, historicista, y sólo puedan interpretarlo coristas que se ganan la vida de noche, tampoco parece acertado que las bailarinas sean chicas atléticas, deportistas, bronceadas y sobrealimentadas de vitaminas pues, el depravado cabaret queda convertido en un patio de instituto en el que las cheerleader entrenan las coreografías para el próximo partido del equipo de rugby.

Los dos números más trabajados son el ballet Apache Dance, construido sobre la estética del lumpen parisino, una referencia clásica para el cine musical.

Y el Garden of Eden, de más de 8 minutos. Un derroche de dinero en el despliegue de bailarines, vestuario y coreografía, con un planteamiento y una suntuosidad más propia de las décadas 1930-1940, cuando el cine aún copaba el negocio del entretenimiento, pero que ni encaja en la película ni emociona. Siendo imposible recuperar el dinero de estos números grandiosos, los musicales quedaban condenados al fracaso financiero.