En 2001 se estrenó en Chicago la obra de teatro musical The Last Five Years, compuesta por Jason Robert Brown. Aunque el contenido de la obra era muy convencional –la relación de una pareja a lo largo de cinco años, desde la fascinación inicial hasta sus divergencias y derrumbamiento–, la forma y el tratamiento es singular, La obra está interpretada sólo por dos actores, la pareja, que sólo aparecen de uno en uno sobre el escenario, sucesivamente, coincidiendo tan sólo una vez, en el momento de la boda, exactamente a mitad de la obra. En cada aparición cada uno de ellos relata sus sensaciones, su visión y su propuesta de pareja, siempre mediante canciones pero, además, mientras que el relato del chico, Jamie, avanza cronológicamente, el de la chica, Cathy, empieza por el final y avanza en sentido inverso.

La obra teatral fue llevada al cine por Richard Lagravenese, que escribió el guion y la dirigió. El relato es muy consistente –aunque Jason Robert Brown negó que se tratará de un roman à clef su ex mujer denunció la obra por violación de intimidad y el autor se vio obligado a cambiar algún tema–, la música es variopinta –pop, rock, folk, jazz, pero también clásica– y las letras están inspiradas y elaboradas. Independientemente de su calidad cinematográfica, el resultado no es una película musical sino una seria de irregulares videoclips de canciones dramatizadas, más atentas al resultado discográfico que al cinematográfico, con muchos momentos de dejadez interpretativa, incluso en la sincronización de los labios. Las canciones habían sido concebidas para ser cantadas, y no dramatizadas, sobre un escenario, y durante la mayoría de las escenas no resultan ni verosímiles ni verdaderas.

Para su adaptación a pantalla, Lagravenese realizó múltiples cambios que, sin duda, compensan la perdida de intensidad del directo y facilitan el visionado en pantalla durante 94 minutos, pero que vulgarizan la esencia obra y distraen el foco. El cambio más relevante es que en muchas canciones la pareja aparece junta en pantalla: canciones que fueron concebidas como monólogos o incluso como soliloquios quedan convertidas en tabarras que los amantes se propinan uno a otro. Los discursos, por lo demás, suenan desajustados porque las palabras y los silencios de un soliloquio –auténtico y falso a la vez, por íntimo y subjetivo– chirrían al estar la otra persona delante.

Cinematográficamente Lagravenese no sabe con qué lenguaje quedarse y pasa sin significado aparente del montaje propio de videoclip al plano secuencia con cámara al hombro, perdiendo la obra consistencia. Los actores Anna Kendrick y Jeremy Jordan tampoco aportan nada para hacer creíbles el deseo y la frustración de los personajes. Jason Robert Brown hace un cameo tocando el piano, resultando lo más interesante de la película.