Lujosa superproducción escrita, producida y dirigida por Blake Edwards a mayor gloria de su mujer, Julie Andrews. La película carece de contenido, aunque el envoltorio costó 25 millones de dólares; por otra parte, el mismo coste que otro gran fiasco artístico del momento, Hello, Dolly! (Kelly, 1969). Por contextualizar, la obra maestra de la década, Cabaret (Fosse, 1972) tendría la quinta parte de presupuesto, 4,5 millones.

Catalogada como musical, apenas es un reflejo y su planteamiento es obsoleto. Andrews canta sobre escenarios y es incapaz de salirse de su angosto registro como actriz. En cuanto a Rock Hudson, un actor versátil que supo acompasarse incluso con la estridencia asexuada de Doris Day, no logra extraer ni decantar nada de Julie Andrews, morigerada incluso en el raído estriptis del número I'll Give You Three Guesses.

Las canciones, con música de Mancini y letras de Mercer –sería su último musical– pasan desapercibidas y, en cuanto a las coreografías del gran Hermes Pan pues, el señor Panagiotopoulos había ya dejado de ofrecer creatividad y vendía a rebanadas el prestigio de su nombre. En conjunto, un embalse de tedio.