Cartel

Notas de Cine Musical

Productora/Distribuidora:
United Artists

Estreno: 04-02-1938

Duración: 122 min.

Subgénero: Profesionales

Tramo: -


Notas de Cine Musical


The Goldwyn Follies


(Así nace una Fantasía)



Más que una comedia musical, se trata de un cocido musical, biempensante y de buen tono social, que imita la programación de un teatro de variedades y está producido por Samuel Goldwyn.

La película, en flamante Technicolor, está construida sobre dos ejes: actuaciones cómicas y voces de ópera; un tremendo caso de mala suerte para la historia pues son estos los dos ejes del género que más y peor han envejecido en el tiempo. Así, el productor puso a cocer en primer lugar media docena de números de un trío de cantantes cómicos, The Ritz Brothers, que, sin parecerse a los Marx, eran asimismo varios hermanos de familia judía provenientes del vaudeville que, por aquellos años, habían encontrado su hueco en otros musicales de Hollywood (On the Avenue, Del Ruth, 1937; You Can't Have Everything, Taurog, 1937; o The Three Musketeers, Dwan, 1939). Al cocido, Goldwyn le añadió otras tantas actuaciones de un ventrílocuo, Edgar Bergen, muy popular en aquellos años –con el paso de los años iría perdiendo fama como ventrílocuo y ganándola como padre de Candice–, tanto como para recibir en ese mismo 1938 un óscar honorífico a su carrera, con la particularidad de que, como homenaje a sus muñecos, la estatuilla que le entregaron era de madera.

Echó asimismo a hervir en la olla a un cantante lírico, Kenny Baker, que repite siempre la misma canción; varios minutos de La Traviata, y, a continuación, lo regó con otros tantos minutos de ballet, coreografiado por Balanchine –marido de la protagonista, Vera Zorina– que no encajan ni entre sí ni con el ritmo del resto de la obra.

La participación de Zorina, bailarina noruega, será, sin embargo, recordada y valorada en el tiempo como uno de los primeros acercamientos entre el cine y el ballet clásico. La música, en la que colabora Gershwin, tampoco resulta memorable, pero será igualmente recordada por ser este su último trabajo para el cine antes de su muerte, en Julio de 1937.

Todo este material disperso –ballet, ventrílocuo, ópera, canciones cómicas, gorgoritos– aparece cortado en juliana y distribuido a lo largo de la película, convirtiendo sus 122 minutos de duración en una empinada reflexión sobre la inversa relación entre tiempo y entretenimiento.

Nadando en el popurrí, avanza el relato romántico de la chica de buen corazón, sensata, honesta y natural –esto es, norteamericana de pura cepa, vaya– que se enamora de Kenny Baker, en el papel de chico sencillo, sano y honesto –así es: norteamericano–, que trabaja de camarero y fríe hamburguesas en una tasca de mala muerte mientras interpreta el tema Love Walked In con serenidad propia de monje tibetano y la confianza y el entusiasmo de quien está convencido de que, al final, el talento como el buen paño en el arca se vende y, en un gran país como Estados Unidos, le llegará su oportunidad y obtendrá reconocimiento como cantante en películas musicales.

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No sería ese el caso del propio Baker, otro representante más de las muchas jóvenes promesas que tendrán su oportunidad pero no llegarán a cuajar en Hollywood. La carrera de Baker empezó como cantante de radio y, acaso por esa razón, nunca se le ve cómodo delante de la cámara. Por su aspecto físico y su voz de tenor su paso al cine parece el intento de emular y prorrogar al exitoso Dick Powell. Baker debutó con papeles secundarios en películas como A Day at the Races (Wood, 1937), con los Marx Brothers, y ganaría protagonismo en un par de películas, At the Circus (Buzzell, 1939), también con los Marx Brothers, y Doughboys in Ireland (Landers, 1940). Aunque participa con grandes estrellas en alguna película constellation, como Stage Door Canteen (Borzage, 1943), finalizada la Segunda Guerra Mundial su estilo e imagen no encajan en el nuevo mundo y, tras algún papel de reparto en musicales, como The Harvey Girls (Sidney, 1946), desaparece de la escena.