Singular película musical que, partiendo de las mismas premisas que las primitivas películas musicales, avanza entre comedia y drama, entre tragedia y poesía, fuera de las convenciones que había ido construyendo y estableciendo el género.

Todos los elementos de la película resultan sólidos, con una trama muy bien ensamblada y engranada gracias al guion de Charles Lederer –The Spirit of St. Louis (Wilder, 1957), Ocean's 11 (Milestone, 1960), Mutiny on the Bounty (Milestone, 1962), y musicales como Gentlemen Prefer Blondes (Hawks, 1953) y Can-Can (Lang, 1960)–, que desarrolla el respetuoso sueño americano sobre el talento, la fortuna y el éxito, a la vez que recorre con ternura los múltiples acentos de la inmigración europea y el amor al arte puro, y que desarrolla un discurso corrosivo del alocado negocio del espectáculo, los celos y el chantaje.

Visualmente, la película también es un deleite y el director de fotografía, Oliver T. Marsh –un veterano de la industria, responsable de cientos de películas entre 1918 y 1941 y ganador del premio honorario de la Academia– demuestra su maestría con el blanco y negro. Entre las películas de Marsh se encuentran los musicales Dancing Lady (Leonard, 1933), The Great Ziegfeld (Leonard, 1936), Broadway Melody of 1940 (Taurog, 1940) y Lady Be Good (McLeod, 1941).

La dirección saca jugo al guion y la fotografía mediante largas secuencias con múltiples y perfectas entradas y salidas de personajes y a base de pequeños detalles recogidos en breves planos, llenos de vida, intención y sentido.

El reparto gira en torno al protagonismo absoluto de la alharaquienta Jeannete MacDonald, soprano y estrella musical indiscutible del público y de la MGM durante esta década, normalmente como acaramelada pareja de Nelson Eddy a lo largo de un ciclo de películas entre 1935 y 1942. Entre los secundarios, y más allá de Lew Ayres y Ian Hunter, destacan Frank Morgan, el cómico Al Shean –muy popular por su número de vaudeville Mr.Gallagher and Mr. Shean, recreado junto a Charles Winninger en Ziegfield Girl (Leonard, 1941) – y León Belasco, ineludible violinista en cientos de películas.

La película incluye múltiples canciones. Prácticamente todos los números son ensayos o actuaciones sobre escenarios –alguna excepción, como One Look at You, interpretado en un comercio en el que el público reconoce a MacDonald como cantante–, con coreografías construidas o reconstruidas, con más esmero que creatividad, pero naturales y verosímiles, por Seymour Felix, empezando por Yip-i-addy-i-ay, en el que se muestran los inicios de la futura estrella cantando en un pequeño café teatro.

O en la superproducción de los números High Flyin' o Madame Butterfly para los grandes teatros musicales.

El número final está creado y dirigido por Busby Berkeley, recién fichado por la MGM dentro de su objetivo de reunir a los mejores artistas y creadores del género. Aunque la película ya estaba terminada, le dijeron a Berkeley que diseñara algo especial, con la idea de cerrarla a lo grande. Como Berkeley recordaba, pedí un centenar de músicos y treinta cantantes masculinos con vestidos negros y máscaras especialmente diseñadas para representar a todos los grandes compositores. También habría veinte cantantes femeninas vestidas con simples vestidos negros… O sea, lo mínimo para un plano de Berkeley. El resultado es None But the Lonely Heart, un número delirante en el que, sobre un escenario hipertrofiado y con imágenes tomadas por una cámara que cambia espasmódicamente de plano, decenas de músicos y bailarines ocultos tras máscaras grotescas interpretan una compleja composición musical, de diez minutos de duración que, como si tuviera de modelo a Gershwin, fusiona ópera romántica, basada en Tchaikovsky y recordando a Wagner, con los ritmos modernos de Stothart y Ward. Un gran número clásico y experimental.

La película íntegra en