Dentro de esta película no hay nada de cine pero, quien disfrute mínimamente del candor y de la magia en la voz y en la mirada de Judy Garland no puede dejar de verla. Aunque la MGM ya había puesto a Judy a una dieta de anfetaminas por la mañana, para trabajar a destajo y frenar su tendencia a engordar, y de barbitúricos por la noche, para que descansara y se repusiera del trabajo, su sola presencia llena de emoción la pantalla. También resalta en la película los temas que aporta George Gershwin.

La película se resiente por la multitud de parches. En la realización, Berkeley rodó las primeras secuencias y varios números musicales pero, tras sus continuos enfrentamientos con Judy Garland, sería sustituido por Norman Taurog. De Berkeley se conserva el número final, en el que, con un fuerte contraste frente a la sobriedad de medios mostrada a lo largo de la película, aparecen sobre un escenario varias docenas de vaqueros y vaqueras que Berkeley filma utilizando sus planos dislocados, con cámaras subidas sobre grúas. El guion también pasaría por multitud de manos hasta recaer en las de Dorothy Kingsley, en el trabajo que supondría su debut en Hollywood.

Por otra parte, la falta de uniformidad del conjunto, que normalmente sólo provoca dispersión y pérdida de ritmo, aquí refuerza el aire de euforia y el tono de cine musical. En algunos de sus arrebatos la película ilustra muy bien una clave del género: no todo lo que vemos en la pantalla le sucede realmente a los personajes, pero sí lo sienten los personajes. Así, inopinadamente, en mitad de un concierto campestre, una guitarra flota en el aire y Judy Garland nos confiesa guiñando un ojo a la cámara que todo es un ensueño del que todos somos cómplices.

Los mejores números de la película son las estupendas canciones de Gershwin interpretadas por Judy Garland: But Not for Me,

Embraceable You y la magnífica I've Got Rhythm.