La trama de la película avanza como un reloj sincronizado con el musical, que progresa a su vez ajustado con el metrónomo de las canciones y la armonía de los colores. Uniforme, firme, como un tranvía sobre sus raíles: Clang, Clang, Clang, went the trolley. Película familiar, dulcemente lacrimógena, que escarba en la ternura, sí, pero de forma fresca, fundacional: es el film ancestor de decenas de futuras especies fílmicas. Aquí, los arquetipos son inocentes, aún no se intuye a las que serán sus caricaturas. Los diálogos se encadenan a cada plano con esmerada precisión para animar a los espectadores a que recuperen, o evoquen, la sencillez de la vida familiar y en comunidad. A lo largo de los años, y como resultado de imágenes refritas y emociones recalentadas, de este mensaje saldrán criaturas santurronas o depravadas, más propias de secta que de familia, pero, aquí, luce como recién estrenado.

Meet me in St. Louis será una referencia futura en sus grandes trazos y también en sus detalles. Personajes que se quieren, idilios amables, sencillas canciones, ninguna atronadoramente buena pero todas perfectas, engranando con la trama; conjunto homogéneo, imágenes de colores rutilantes que crearán un estándar.

Todos los números fluyen, enmarcados en esmerados encuadres, con un ajustado diseño de vestuario, preciosa fotografía, sin nada que prevalezca, todo ello sumando, sin distracciones ni desvíos en su avance. Judy Garland es el hilo conductor, el filamento incandescente que recorre e ilumina toda la película. Destacan su interpretación de la canción The Boy Next Door y deslumbra con su alegría de vivir en The Trolley Song, el número culminante de la película que se ve aguantando la respiración, con una coreografía minimal, radicalmente opuesto a las sofisticadas rutinas en solemnes escenarios o en gigantescos platós. Todo el número tiene el pálpito del ensueño, puede estar sucediendo en el tranvía o únicamente en el corazón del personaje interpretado por Judy Garland. Rodado en un espacio reducido, la mayor parte del tiempo con primeros planos, no incluye una danza propiamente dicha pero sí una rica, innovadora y completa coreografía ejecutada por un coro teñido de colorido y a base de espontáneos movimientos.

En el número, Garland, siempre centrada en el plano, se mueve de forma sencilla, natural, pero transmite sensación de realizar muchos y complicados movimientos. Es el Sol, no es ella la que se mueve, es el resto lo que gira y palpita en torno. El responsable de la soberbia fotografía de este número excepcional es Harold Rosson, un especialista clave en muchos de los grandes musicales de la MGM. En el futuro, la concepción coreográfica de The Trolley Song, en la que la estrella no se mueve pero es el vórtice de un movimiento perenne, será desarrollado para los escenarios por Jack Cole en sus creaciones para Marilyn Monroe.

En una faceta más familiar, Garland enternece cantando junto a su hermana pequeña, interpretada por Margaret O'Brian, Under the Bamboo Tree.

Incluso la canción más sosa de la película, You and I, cantada por el padre de familia mientras la madre le acompaña al piano, ofrece interés por ser la voz de Arthur Freed la que se escucha doblando al actor.

Por momentos se desea que haya un par de números con algo más de baile, con más entidad musical pero, a la vez, se entiende que es esa la clave del éxito de este musical: el equilibrio de pesos, la imbricación entre trama y música, su acertado balanceo y mutua subordinación, la manera en que la realidad transita al ensueño y regresa a la realidad, la naturalidad con la que los diálogos se diluyen en canciones y retoman de nuevo la senda del diálogo, haciendo que la película en su conjunto sume más y sea magnífica.